01 Jun
01Jun

La Etica de Sánchez Vázquez es un ejemplo más del análisis marxista de la conducta humana, y como tal tiene la mera coherencia interna de todo estudio realizado a partir de unos principios introducidos como postulados, sin prueba alguna a su favor. Así, por ejemplo, el autor afirma que toma como punto de partida el «hecho moral», concebido como el comportamiento de los individuos ante situaciones referentes a los otros hombres o a la sociedad  , más adelante, declara que asume la naturaleza histórico-social del hombre como base y fundamento de la conducta moral .

            Con estas afirmaciones gratuitas, excluye a priori una ciencia normativa con principios universalmente válidos: simplemente parte del «hecho moral» como conciencia de la actividad práctica del hombre, para reducir la Etica a un conjunto de normas regulado por las necesidades materiales concretas de cada época y de cada sociedad. Y si no se aceptan esos presupuestos, la obra resulta ininteligible.

            El autor se limita a un análisis materialista de la conducta humana —siempre desde presupuestos no demostrados—, por lo que es incapaz de elevarse al nivel de la ciencia moral e, incluso, de dar una plausible descripción de lo que realmente ocurre, porque estudia al hombre como si éste no tuviera alma ni libertad: es como si se pretendiera describir el modo en que marcha un automóvil, prescindiendo del motor.

            Por esta razón, ni siquiera desde un punto de vista meramente sociológico la Etica de Sánchez Vázquez se atiene a la realidad. La moral queda reducida a hechos sociales, pero cuando quiere fundamentar con esos hechos el valor de unas normas, excluye la posibilidad de que éstas tengan un valor universal, puesto que considera al hombre como una suma de factores biológicos, psicológicos, sociales e históricos, y rechaza la búsqueda de los principios y fines que mueven al individuo en su actuación.

            Por otra parte, la aplicación férrea de los presupuestos establecidos a priori lleva a omitir temas irrenunciables de la Etica —el mal, el pecado, el influjo de las pasiones, la naturaleza y desarrollo de las virtudes morales, etc.—, y a incurrir constantemente en análisis superficiales. De este modo, después de haber estudiado la naturaleza del valor económico, el autor da un salto en el que sin probar nada, ni definir la esencia del valor moral, afirma categóricamente que «los valores morales sólo se dan en actos o productos humanos, que el hombre realiza consciente y libremente» , introduciendo de manera solapada una concepción antropocéntrica del valor ético, semejante a la que mantiene acerca del valor económico.

            Algo parecido ocurre en el capítulo XI, donde trata de las doctrinas éticas que han existido desde la antigüedad griega hasta la era moderna y contemporánea. Sánchez Vázquez pasa revista a esos sistemas morales de modo sumario, tomando como criterio de interpretación la idea de que toda doctrina ética es una respuesta particular a los problemas de una sociedad y un tiempo determinados, concluyendo —aunque en realidad ha partido de ello— que la moral evoluciona paralelamente a la vida social. La misma superficialidad caracteriza el estudio de las diversas concepciones de la obligación moral que el autor realiza en el capítulo VIII.

            Se puede decir, en resumen, que la obra tiene una cierta cohesión interna, pero que su lectura deja la impresión de asistir a una reiterada petición de principio, más o menos bien trabada, en la que en ningún momento se demuestran los postulados fundamentales.

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